Para cocer la polenta necesitamos 4 medidas de agua por 1 de polenta. Mide por tanto el agua y ponla en una cazuela con un poco de sal a fuego vivo.
Cuando el agua empiece a hervir, echa la polenta en forma de lluvia al mismo tiempo que vas removiendo con un batidor, para evitar que se formen grumos. No dejes de remover hasta que veas que se empieza a espesar y vuelve de nuevo a hervir. En este momento, baja el fuego al mínimo y manten la cazuela tapada durante unos 10´ removiendo de vez en cuando para que no se pegue. Pasado este tiempo pruébala para comprobar que esté cocida y resérvala.
Mientras se cuece la polenta, corta finamente las cebollas y colócalas en una sartén con 4 C. de aceite, a fuego medio, hasta que estén transparentes. Añade un chorrito de tamari y los champiñones bien lavados y cortados en láminas finas. Baja el fuego al mínimo y deja que se cueza en su propia agua. 15´.
A parte, en el vaso del minipimer, junta las hojas verdes de cebolla picadas, las 6 C. de aceite y la leche de soja, y tritúralo hasta formar una salsa.
En un amplio recipiente, mezcla bien la polenta, los champiñones y la salsa. Pon la polenta en una bandeja de horno, bien distribuida, consiguiendo una altura de unos 3 cm. Espolvorea el queso rallado por encima y gratínala en el horno. Si a pesar de todo la polenta forma grumos, puedes hacerlos desaparecer batiéndola bien con el minipimer.
La polenta cocida de este modo, siempre se suele pegar un poquito, pero si por algún motivo se pega excesivamente, llena el fregadero con unos tres dedos de agua fría, destapa la cazuela y sumérgela en el agua durante 5´, de este modo evitarás el olor característico que deja en la comida. Pasado este tiempo, cambia la polenta de recipiente procurando no tocar el fondo de la cazuela con la cuchara y prosigue la cocción. Puedes utilizar este truco siempre que se te pegue cualquier cosa que cocines.